lunes, 28 de diciembre de 2009

El karma tibetano

Pasados 50 años de la ocupación del Tíbet, parece que China y su revolución no han coseguido aliviar los problemas que aquejaban al país y que sirvieron de excusa a la invasión. Les ha pasado como a los USA en Irak: deponen a un dictador, dejando al pueblo en peores condiciones de las que estaba. En el caso del Tíbet, lo que iba a ser un reparto de tierras entre los que la cultivaban, acabó convirtiéndose en represión religiosa (hay que tener presente que antes de la invasión sólo la élite tibetana era budista), e ideológica, si es que ambos aspectos, de verdad de la buena, pueden separarse. De este modo es como llegamos al ficticio enfrentamiento (y lo es desde que se abrieron los mercados asiáticos), entre la potencia invasora, en este caso China y el mundo libre norteamericanizado. Este último premia y reconoce al líder tibetano en el exilio, el décimo cuarto Dalai Lama, quien, pese a todas las injusticias que pudieran haber cometido sus predecesores, tuvo que huir de su país con 15 años ante la amenaza de una muerte segura, no sólo a manos de los chinos, sino de su propio pueblo, alentado por la revolución que, envuelta en la hipnótica melodía que desprenden libertad y comida, llegaba del país vecino. Detrás de cada gran revolución se encuentra la necesidad de un trozo de pan, de aquel por el que un día se acabó perdiendo la dignidad.Durante estos días asistimos a un nuevo acto de la escenificación de este desencuentro al cumplirse el 50º aniversario del “hecho”; léase ocupación, en Occidente, liberación en China. Sólo un acto más, como digo, ya que viene desautorizado por el bochornoso entremés que nos ofrecieron hace menos de un año, durante las Olimpiadas de Beijing (antes Pekín, como Josep Lluís antes fue José Luís), con esas fotos impagables de apretones de manos entre los líderes del mundo libre autorizado y el presidente chino Hu Jintao. Si llega a estar allí Grishom, rápidamente les mete el bastoncillo pa’ confirmar que sí, que allí hay rastros de sangre.Y es que al tiempo que las ong se quedan afónicas gritando a los cuatro vientos que China no respeta los derechos humanos, el mundo libre democrático del que proceden esas voces mira para otro lado. Mientras tanto, instala allí sus fábricas, que darán continuidad a una historia en la que nunca dejó de existir, de un modo u otro, la esclavitud. El añorado por Occidente mandato de los Lamas, se caracterizó precisamente por poner en manos de menos del 5% de la población, (la élite budista, por supuesto) la propiedad y explotación de la tierra y los seres humanos que la habitaban. Con la ocupación china llegaron, es cierto, las escuelas y las medicinas y la posibilidad de vivir del fruto del propio trabajo, pero, como en la mayoría de las revoluciones, también llegó la dictadura y la unificación ideológica, por las buenas o por las malas. El argumento silenciado de esta historia es que por h o por b, los tibetanos nunca han sido libres de pensar y vivir como ellos quieran, como ellos lo entiendan; con esa manera conformista de enfrentarse a la vida, del que intuye que la historia de su tierra se escribió a jirones y empujones, desde que se desprendió de su hermana Tejeda-Almijara durante el período alpínico de la fragmentación de Pangea, hasta que India, en su deriva oceánica, embistiera Los Himalayas, encajándolos y doblegándolos, irremediablamente ya, para siempre, ante la gran placa asiática.

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