sábado, 4 de octubre de 2008

Manuchada nuí

Primeras anotaciones a Los Mundos Grises


Una de las ventajas de los Mundos Índigos es que las palabras siguen correspondiéndose con sus significados. Por ejemplo, Política. En estos lugares las personas que se dedican al viejo arte social no lo hacen movidos por la intuición del poder que se encuentra un peldaño más arriba, empujando la bien disimulada puerta del dinero que existe en cada uno de sus descansillos.En los Mundos Índigos, la política sigue siendo aquella escalera que algunos de nosotros se ven empujados a subir, contribuyendo así al equilibrio natural del Universo. Ninguna opinión es ignorada; ninguna propuesta deshechada. Después de todo, ¿no debería ser la vida un lugar común donde todos pudiéramos existir? La coacción interior del ansia de poder individual que mueve la política en los Mundos Grises, encuentra su sitio ocupado en los Mundos Índigos por la sensación de correspondencia con el resto de seres, vivos o inertes, que acompañan al ser humano a través de la escalera de caracol del Universo.

¿Quién es más real, Bush o una margarita? ¿En qué se diferencian sus necesidades vitales? Quizá la flor nunca ha sentido la necesidad de echarse un trago por sentirse fracasada en su periplo vital (véanse: polución, cruces botánicos, falta de abejas... ); quizá porque en su mapa genético no existe la inscripción en rotu rojo que resalta la 'necesidad' de ambicionar un poco más en cada momento. La flor, en su universo de necesidades mínimas, crece, florece, aromatiza y colorea el mundo, sin moverse de su sitio; como al ser humano, sol, agua y alimentos bastan para sobrevivir.

Los políticos de Los Mundos Grises son, sin duda, una especie aparte. Ellos conocen y ponen en práctica como nadie el viejo arte de la mentira; son grandes actores que, aún así, necesitan al resto de seres que los rodean, para poner en marcha su teatrillo. Siempre off the record, claro. Durante las últimas décadas los guiones se basan en el pensamiento straussiano; así, la vieja costumbre de reverenciar el poder del dinero, añade a su repertorio de mañas la muy sucia de 'crear' (inventar, fingir) un enemigo perenne; no importa de dónde venga y cuál sea el motivo esgrimido para clasificarlo como tal, lo verdaderamente importante aquí es el sentido de unidad que proporciona a los habitantes de los Mundos Grises; el reconocerse bajo una misma bandera, distinta a las otras: el patriotismo.

Una vez creado el enemigo, es el momento de poner en marcha el Gran Drama de la Macroeconomía, donde lo importante no es proporcionar un nivel de vida digno a todos, sino a unos cuantos (véanse los dueños de las multinacionales). Por supuesto que en este drama el enemigo puede llegar a serlo por varios motivos, todos ellos igual de racistas: religión, cultura o color de la piel. Lo importante es tenerlo identificado, a partir de ahí podemos subir tranquilamente el telón de este nuevo escenario del Mundo Gris; poner a trabajar al 100% la maquinaria armamentística, que tan buenos réditos ofrece a esos cuantos ya mencionados, y las panaceas farmacéuticas que saldrán al libre mercado (el que pueda pagar que se cure y el que no que se pudra) para curar definitivamente enfermedades que nunca lo fueron o que nunca lo serán. Lo importante es que el vulgo esté unido en el miedo.

Es ésta, sin duda, una pobre definición del arte de la política en los complejos Mundos Grises, aunque suficiente, en todo caso, para servir de entradilla a un estudio comparado más profundo con el significado del viejo arte de la política en los Mundos Índigos, tan natural y espontáneo.

Da tanto miedo rascar la capa gris del universo paralelo, que los seres Índigos nos sentimos afortunados de poseer un par de alas, situadas en el cerebro, que sobrevuelan la miseria de esta gris ilusión, para situarnos en milésimas de segundos, sobre un cielo azul no contaminado y una tierra no deforestada, en la que el agua todavía es incolora en cada gota de su masa azul, que chorrea a través de laderas y valles hasta los abrevaderos vitales alrededor de los que los seres humanos organizamos nuestras vidas. Sí, definitivamente, qué suerte tenemos.