jueves, 25 de septiembre de 2008

Blog para una Vida Índigo


Ruge la tormenta allá en el mar; se acerca por el este. Llevo horas sintiéndola: la tarde cambió de color a eso de las 18'30 y y el aire fresco comenzó a colarse por las ventanas en pequeñas ráfagas.
Los días se van haciendo más cortos y se tornan menos calurosos; la gente a mi alrededor tiene aspecto sombrío, pero no es por culpa de la meteorología. Intento abstraerme: me gustan los días de otoño, esos en los que la luz del sol se toma una tregua tras arrasar los campos y ciudades con su candor despiadado. El paisaje se hace nítido; lo que más me gusta es el contraste de marrones de las montañas con el verde de los árboles y el azul del cielo.
Sigo sobrevolando mi vida índigo a través de la Sierra Tejeda y Almijara; llego a La Alpujarra. Me poso en la Casa de La Terraza. Abajo, en la calle, camina la señora Concha; es inconfundible: su andar destartalado y presuroso, seguida de un par de perros; varios juegos de sábanas apoyados en la cintura. ''Buenas tardes señora! He vuelto!'' En la vida índigo perfecta, la señora Concha me contesta: todo listo, Hildegard, mi niña malagueña. Aquí te dejo la leña y unos tomaticos; invítame luego a unos dulces y me cuentas cosas de tu tierra. Suena el teléfono, señal de que debo ausentarme de la Vida Índigo; me veo obligada a contestar: Muchas gracias, señora, en otro momento; ahora tengo que regresar.